sábado, 23 de octubre de 2021

HACIA UNA NUEVA CONSTITUCIÓN, POR CÉSAR HILDEBRANDT

 Hidebrandt en sus Trece (lima), no. 562, viernes 22 de octubre, 2021

Con su histeria grafómana, sus simios en ristre, sus maldiciones de gitana, la derecha ha seña­lado el blanco. Ese blan­co es la Constitución fujimorista de 1993. Ese es el blanco que hay que abatir.

Necesitamos una nueva Cons­titución porque, precisamente, la derecha la ha convertido en santo grial. ¿Qué tiene de sacro e inmuta­ble un texto hecho en plena dicta­dura bajo el esquema thatcheriano de que sólo lo privado es bueno y que el Estado es un obstáculo para el emprendedurismo, la libertad y la plenitud de la democracia?

Con la Constitución de 1993 se hizo un himno al sálvese quien pueda y el concepto republicano de la igualdad ante la ley quedó en suspenso. El egoísmo se convirtió en norma, la edu­cación en negocio tramposo, la salud en opción inalcan­zable para los más pobres.

Boloña inventó las AFP y de inmediato se hizo accionista de una de ellas. Aeroperú se vendió a una mafia mexica­na para que LAN comprara los cielos del Perú a precio de protectorado.

Fue Milton Friedman cruzado con Tatán. Era Hobbes leído por Daniel Espichán. Era el reaganismo interpretado por Martha Chávez. Era Pinochet instalado, como Lynch 110 años antes, en el corazón de la política peruana. La derecha nativa amaba a Pinochet. Por eso se casó con Fujimo­ri. Por las mismas razones, hoy es viu­da gemebunda del patriarca y amante escarmentada de Keiko, su heredera.

¿Recuerdan el Congreso Cons­tituyente Democrático? Le decían el CCD y allí estaban el PPC (de Ce­mentos Lima y Lourdes Flores) y la amplia mayoría del golpismo cachaco de 1992: Cambio 90 y Nueva Mayo­ría. También estuvieron el partido de Rafael Rey, la angurrienta sigla de Femando Olivera, y algunas izquier­das ínfimas como los frenatracos, el CODE, el FREPAP y el SODE. Toda la oposición sumaba 37 votos. El fujimorismo, con sus fuerzas auténticas y las que se auparon en el camino, 43. No había nada que discutir: el provecto de Fuiimori de refundar un país dodnde la idea de la comunidad de intereses debía ser abolida, se cum­pliría escrupulosamente. La derecha encontró en el golpista de 1992 al hombre que andaba buscando desde el asesinato de Sánchez Cerro.

¿Quién presidió el CCD? Nadie menos que Jaime Yoshiyama, el que inventaría la doble contabilidad y el lavado con Ña Pancha de los dineros embarrados que recibiría la organiza­ción durante el imperio de Keiko.

¿Quiénes estuvieron a la cabeza de la Comisión de Constitución del CCD? El primero fue Carlos Torres y Torres Lara, el “jurista” siempre adhoc que pariría, cinco años después, la teoría de ‘la interpretación autén­tica” del artículo 112 de su propia Constitución, maniobra gansteril que le permitió a Fujimori la segunda e ilegítima reelección. El segundo fue Enrique Chirinos Soto, el parlamen­tario de “Libertad” que propuso vetar a Fujimori por su verdadera naciona­lidad (él sabía que era japonés) y que terminó de ujier oral del fujimorismo y de sicario del dere­cho para tumbarse a los tres dignísimos miembros del Tribunal Constitucio­nal que se opusieron a la “interpreta­ción auténtica”.

¿Quién fue el segundo vicepresi­dente del CCD? Rafael Rey, una de las voces de Willax, la Fox de los barracones. ¿Y el tercer vicepresidente? Víctor Joy Way, de cuyos tractores chi­nos tenemos tan metálico recuerdo.

Y jamás olvidemos que el CCD surgió después de que el Perú fuera un apestado en el escenario conti­nental. En esa condición nos había dejado el golpe del 5 de abril de 1992, un zarpazo que la derecha aplaudió a rabiar y que buena parte de los pe­ruanos, para vergüenza crónica de nuestra memoria, también avaló.

De esa polvareda de democracia en ruinas, primeros indicios de co­rrupción, empoderamiento visible de Vladimiro Montesinos y su banda de forajidos con charreteras, salió la Constitución de 1993. Y a pesar de la prensa reconcentrada y dominante, a pesar de la televisión que machacaba lo buena que era y lo terrible que sería rechazarla, a pesar de tanta vendimia a la espera de una recompensa, a pe­sar de la propaganda aplastante, a la hora de su aprobación el 47,76 % de los pe­ruanos le dijo a esa constitución creada por el fujimorismo que se fuera al de­monio, que no la aprobaba, que no la sentía suya. Dicen que cuando Fujimori se enteró del re­sultado final, se largó del salón donde estaba y tiró un portazo que hizo tem­blar goznes y piernas. ¡Habían sido apenas 333,265 votos de diferencia!

Y esa es la Constitución que el fujimorismo y sus descendencias quieren presentar como salida de una zarza ardiendo. Ahora resulta que Moisés Fujimori recibió la gracia de un encar­go pétreo e inamovible por los siglos de los siglos. Como si la pandemia no nos hubiese mostrado crudamente la miseria de salud pública que tenemos y la desigualdad intrínseca que hemos creado siguiendo a pie juntillas “el modelo constitucional”.

El mensaje está claro: podremos perder las elecciones, pero no nos podrán cambiar la Constitución. En resumen, no interesa quién esté en Palacio: lo que importa es que el Gran Contrato, la Constitución de 1993» no se cambia. Esa es la garantía que consideramos no negociable. Y si insistes, vamos a la guerra civil, al atoro de la ingobernabilidad, al periodicazo que te noquea cada 24 horas, a la encuesta que te escuelea, al dólar que zumba, a la calificadora que rezonga, a los transportistas que te pararán la sangre, al vargasllosismo de ecos ibé­ricos. Es decir, vamos con todo, cholo alzado, guanaco sin Harvard, igualado.

Soy un liberal más bien ti­bio en muchas cosas. Jamás creí en el comunismo y me siento apenas un socialdemócrata arrinconado por las dudas. Pero ahora veo este espectáculo del civilismo sa­lido del sarcófago, del urrismo llegado de los años 30 del siglo pasado, de los señores Larco y los señoritos Aspíllaga, y digo, a lo Romualdo: no puede ser verdad, pero hay testigos. Y añado modestamente: ahora, más que nunca, hay que cam­biar la Constitución que perpetró el fujimorismo. Habrá que hacerlo sin Bermejo y sin Cerrón, sin alaridos ni amenazas bolivarianas, sin ahuyentar capitales ni crear pánico, sin Bellido y sin fomentar la inflación o el resenti­miento social, pero habrá que hacerlo. Es casi un deber sanitario. Será librar­nos de la tutela “principista” impues­ta por una banda que saqueó el país y pudrió todo lo que rozó. No quiero la anarquía de un socialismo que jue­gue con el déficit fiscal y nos lleve a la ruina, pero también me resulta difícil soportar este clima de terror intelec­tual impuesto por una derecha que castiga la sola propuesta de cambiar algunas cosas. Es como si un hipnoti­zador malicioso no quisiera despertar a su víctima.

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viernes, 23 de julio de 2021

BÁLSAMO PARA ESTOS DÍAS: "LOS ESCOMBROS NO MIENTEN"

 


 Creo no haber visto nunca tanta crispación emocional en Perú. Parece que todo es conflicto, protestas, insultos, descalificaciones. La crisis política aunada a la pandemia y a la crisis económica concentra toda la conversación o promueve tristes silencios  para no romper con lazos familiares, de amistad o de trabajo.  Basta ver los encabezados de los periódicos, los programas de la TV,  y no se diga los mensajes por las redes sociales, para darse cuenta del profundo malestar social que está inundando y acaparando nuestro vivir a tal punto que pareciera que no hay otra cosa en qué pensar. Por esta razón es loable la apuesta que hace Ediciones El Virrey publicando este mes el libro LOS ESCOMBROS NO MIENTEN escrito por Diego Vargas.

 Leer la “ópera prima” de Diego Vargas es un bálsamo confortante  que nos hace ver que detrás de todo siguen existiendo nuestros recuerdos, nuestros valores, nuestras observaciones. Siguen existiendo  principios forjados sobre los escombros de nuestros recuerdos. 

El libro de Diego es felizmente difícil de catalogar y ello lo hace único y atractivo. No es poesía aunque es poético. No son relatos propiamente dichos ni cuentos, tampoco son reflexiones de cocina.  Su intento, dice el autor, es responder a la pregunta de ¿Qué hacemos con los pedazos de nuestras penas y alegrías? ¿Con el cascote de lo que fuimos y seremos? Intentamos deshacernos de ellos, pero siempre est disminuida res. Aquel amanecer, mi respiraci unos cuantos pgunta qu, nuestras observaciones. Sigue existiendo nuestros principián.

Son pocas páginas cuya lectura deleita el oído y el entendimiento. Cada relato no pasa de unos cuantos párrafos, a veces uno solo como este:

“Allí quedaron mis latidos regulares. Aquel amanecer, mi respiración quedó disminuida. Me hice intolerante a los espejos. Entendí que una culpa es una bomba que no deja de explotar[1]. Apreté el timbre y salí corriendo hacía donde nunca llegaré. Hijos. Ese día mi alma se convirtió en escombros.

Hace tiempo que nuestra literatura merecía un texto que saliese  de la novela convencional sobre temas trillados. Diego Vargas irrumpe un género literario de alcances insospechados. Démosle la bienvenida, felicitando también a librerías El Virrey por está inteligente apuesta.

 

Herbert Morote

 

 

   

 

 



[1] Las negritas son mías.

martes, 6 de julio de 2021

FALSO BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

 

FALSO BICENTENARIO DE LA INDEPENDENCIA DEL PERÚ

 

Herbert Morote

 

 

En estos días se hace inevitable una reflexión sobre la coincidencia de los festejos del Bicentenario de la Independencia del Perú con su presente situación política donde por fin sale a la luz de manera exponencial el enfrentamiento entre los marginados pobladores de la sierra y otras provincias y ese Perú conservador mayormente capitalino.

La primera cuestión que se presenta es si la falsedad de la fecha de la independencia que festejamos no es acaso el reflejo de toda esa patraña limeña que ha sabido perpetuarse hasta nuestros días. En efecto, festejamos la proclama de la independencia del Perú el 28 de julio de 1821 por San Martín: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad general de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende” cuando esta declaración no fue ni la primera proclama de la independencia hecha por San Martín ni el Perú era libre en ese momento. 

Veamos: si nos conformamos con creer que una simple proclama dio la libertad al Perú deberíamos festejar el evento ocurrido antes, el 27 de noviembre de 1820, cuando San Martín proclamó la independencia del Perú desde un balcón de la ciudad costeña de Huara. Pero no, Huara es un pueblito, no se puede comparar con Lima, por lo tanto esa declaración no  importa y Lima se apropia del evento.  Pero hay más, la declaración de Huara fue ante el pueblo, en la de Lima el pueblo no fue convocado. La declaración la hizo San Martín ante los notables del Cabildo, que es como se llamaba entonces a la Municipalidad. Y eso no es todo, en ese momento el Perú estaba lejos de ser libre. Salvo Lima y algún otro pueblo costeño, el resto del país, comenzando por el Callao y llegando hasta la frontera con Argentina, estaba en manos de los realistas.

 

                                    El balcón de Huara

 

La verdadera y única independencia del Perú se realizó en 9 de diciembre de 1824, cuando el ejército español firmó su rendición luego de ser derrotados en la batalla de Ayacucho.  Pero no, el centralismo limeño no podía ceder tan evidente honor a Ayacucho, y sin ninguna oposición todavía seguimos celebrando el 28 de julio de 1821 como inicio de nuestra independencia con fiestas, desfiles, discursos, reseñas históricas.

 

   Firma de la capitulación de España en Ayacucho.

       9 de diciembre de 1824

 

Y no es cuestión de fechas, es cuestión de justicia, de ética, y también de esa discriminación que se ha asentado en nuestro país a tal punto que consideramos tan normal que se celebre como cierta la falsa declaración de independencia realizada en Lima, como anormal que un serrano como Pedro Castillo pretenda ser presidente del Perú.

 

Una vuelta de tuerca: ¿a nadie sorprende que en la agenda oficial de festivos del Perú no aparezca un día para rememorar a Tupac Amaru el principal precursor de la independencia de los pueblos andinos?

Quizá  ha llegado el momento.  ¿O es mucho pedir?

 



 

 

Julio de 2021

HM

 

 

viernes, 25 de junio de 2021

PARAR LA CONSPIRACIÓN, POR CÉSAR HILDEBRANDT

 

Hildebrandt en sus Trece (Lima), no. 545, viernes 25 de junio, 2021

 

El golpe de estado se está consumando.

Esta vez no hay tanques, milicos con metralleta en la esquina del congreso, casas rodeadas por la soldadesca.

Es un golpe distinto. Es un aporte imaginativo del Perú al golpismo de las derechas globalizadas.

Se trata de robarle la elección a Pedro Castillo, el profe chotano y mal hablado que pudo de­rrotar a la señora que encarna­ba todas las codicias de los que cortan el jamón.

Es trumpismo andino, como se me ocurrió decir hace tres semanas. Pero es trumpismo exitoso.

No toman el Congreso (capi­tolio) porque ya lo tienen en sus manos y, mientras tanto, arman un Tribunal Constitucional ad hoc que pueda servirles próxi­mamente en el caso de que la le­gitimidad de las elecciones vaya como tema a su jurisdicción.

No toman los periódicos por­que ya son suyos ni censuran a la televisión porque ya se encama­ron hasta la náusea con ella. Lo que hacen, más bien, es sabotear al Jurado Nacional de Elecciones que se niega a darles la razón. Lo que exigen es saber quiénes vota­ron por quién y lo que intentan es puentear y negar el trabajo de la ONPE a la hora del conteo.

 

Al mismo tiempo, su prensa anuncia baños de sangre y algunos militares en retiro, pensionados por un régimen especial que nada tiene que ver con las mise­rias de los civiles sometidos a la ONP y con la estafa de las AFP fujimoristas, salen a la calle con las espaditas que les sirvieron para impresionar a sus novias en las fiestas de etiqueta. Y ahora se suman los generales en retiro de la PNP, muchos de los cuales estuvieron metidos en desmanes presupuestarios y malversaciones todavía impunes.

 

La notoria procesada Keiko Fujimori está a la cabeza de esta operación. La derecha más chaba­cana, el fascismo menos letrado, la cutra en frac, el club de la cons­trucción, los que tienen expedien­tes abiertos y futuro en la sombra están con Keiko Fujimori.

 

Ellos asienten complacidos con cada paso que da el golpe de es­tado. Su esperanza es que el país trague ese sapo y que los milita­res hagan el trabajo sucio ante una nación sometida al terror.

 

La estrategia "electoral" del fujimorismo, líder otra vez de la derecha peruana, ya resulta irre­levante.

 

Primero trataron de decir que les habían hurtado votos. Después dijeron que a Castillo le ha­bían regalado votos fraudulentos. A estas alturas lo que piden es que todo se anule, lo que es tácita confesión de perdedores.

 

Lo que no aceptan es que Pe­dro Castillo sea ya el presidente electo del Perú. Lo que dicen es que si la candidata no ganó, en­tonces "tuvo que haber fraude". Es la Torre Trump construida por Graña y Montero.

 

No dirían eso, claro, si el gana­dor hubiese sido De Soto, López Aliaga o Acuña. No lo dirían si hu­biese sido Lescano. El problema no es que la eterna perdedora volvió a perder. El problema es que perdió ante el único candi­dato que "no debía ganar bajo ninguna circunstancia".

 

Eso es lo que piensa el empresariado ultraderechista que, hoy ni siquiera se siente re­presentado por la CONFIEP, acusada de tibia. Eso es lo que piensan los militares herederos del veto que privó a Haya de la Torre de la presidencia en 1962. Eso es lo que atienta el entorno prontuariado de Keiko Fujimori.

 

Digámoslo claro de una vez por todas: la jefa de una organización criminal --la definición es del fiscal José Domingo Pérez--, que sirvió para recaudar decenas de millones de plata negra, ha decidido subvertir el orden democrático después de perder su tercera elec­ción. Y a eso se están prestando la prensa despatarrada, un gran sec­tor del empresariado, el Congre­so, algunos militares en retiro que viven privilegiadamente gracias a los impuestos que se recaudan.

 

El fujimorismo, como siempre, es fiel a su ADN, al síndrome au­toritario y placentario que lo de­finió. Como el fraude no se pudo demostrar porque fue un invento surgido de la derrota, pues enton­ces hay que tumbarse al Jurado Nacional de Elecciones, en cuyas manos está proclamar al ganador. Y si el JNE se rehace y quiere se­guir calificando los pedidos de nulidad, pues entonces continuarán los recursos, las apelaciones a ins­tancias judiciales, los pedidos de reconsideración, los 'habeas data': la creatividad de los bufetes dedi­cados a blindar al hampa tiende a parecerse al infinito.

 

Mientras tanto, no hay presi­dente electo tres semanas después de la elección. Y el plan es --no lo olvidemos-- que no lo haya.

 

La operación tiene un cronograma pensado por algún SIN zombi que ha vuelto a probar carne humana y tiene hambre. Se trata de que el próximo y bicentenario 28 de julio sigamos sin gobierno en cuanto al poder ejecutivo se refiere. ¿Qué ten­dríamos? ¡El Congreso!

 

El plan es que en ese recinto, donde todo puede ocurrir, se elija como líder a alguien lo suficiente­mente audaz como para que, ante "el vacío de poder", asuma la pre­sidencia de la república de modo provisional y convoque nuevas elecciones. ¡Operación coronada!

 

¿Y las provincias desprecia­das? ¿Y la reacción de los casi nueve millones de peruanos que votaron por Castillo?

 

El cálculo es que ese "costo social" y político puede ser manejable. ¿Cuántos muertos se ne­cesitan para poner en jaque a un gobierno golpista que aducirá estar cumpliendo con la ley dado que el Jurado Nacional de Elecciones no pudo proclamar a un ganador?

 

Los opinólogos de la comparsa golpista recordarán que en 1962, ante la parálisis del JNE por las acusaciones de fraude impulsadas por los militares que habían vetado históricamente a Haya de la Torre, se dio el golpe de estado del 18 de julio. Hubo nuevas elecciones en las que Femando Belaunde obtu­vo el triunfo. Víctor Andrés García Belaunde, ahora encajado en las tesis del fujimorismo derrotado, debería repasar ese episodio.

 

Lo que no sabe Keiko Fujimo­ri es que si el golpe se produje­ra tal como lo hemos intentado describir, ella estará, al final, fuera del juego.

 

La derecha no volverá a apos­tar por alguien cuyo antivoto es como el peñón de Gibraltar. La ironía es que el golpe, tramado por sus secuaces y refinado por los uniformados, terminaría con la carrera de quien quiso imitar a su padre olvidando que una retroexcavadora no es lo mismo que un tractor hipocritón. Si la derecha la dejara en la cuneta, como podría suceder perfecta­mente, a la señora la esperan las lentitudes repetitivas de la chirona: nadie sabe para quién trabaja.

 

En resumen, dependemos del Jurado Nacional de Elecciones. El golpe "suave" se evitará si el JNE cumple su tarea a tiempo y, en nombre de intereses mayores que tienen que ver con la conti­nuidad democrática, analiza en racimos los pedidos de nulidad, los califica por patrones comunes y los resuelve en bloque según su propia jurisprudencia. La otra alternativa es que esa institución haga el ridículo de someterse al diluvio de papelería abogadil lan­zada por el golpismo y pase el 28 de julio "cumpliendo su deber": revisando, con ojos de presbicia y respiraciones entrecortadas, los cientos de recursos que tenían por objetivo sabotear, precisamente, su histórica misión.

 

 


martes, 15 de junio de 2021

VIDEO SOBRE LA VIDA DE PEDRO CASTILLO

 Este video muestra a ese Perú desconocido y hasta despreciado por medio Perú.  Verlo y difundirlo es una obligación patriótica. Claro, que no guardo mucho optimismo para ello, los complejos en nuestra sociedad son muy profundos, y se necesita gran independencia y valor para escapar de ellos.

Ver pues este video

 https://youtu.be/tLp9zCSNGJw

Herbert


sábado, 29 de mayo de 2021

¿VOTAR POR KEIKO FUJIMORI?



por César Hildebrandt

Hildebrandt en sus Trece (Lima), no. 541, viernes 28 de mayo, 2021


Antes, en los tiempos de los fustanes y los calzones con blondas, "El Comer­cio" decidía quién debía ser presidente de la repú­blica, quién tenía que pa­sar al vestíbulo de los que debían esperar, quiénes estaban proscritos y malditos.

El viejo diario, fundado por un chileno y un argentino en 1839, fue durante dé­cadas el filtro que usó la oligarquía para que ningún hereje se cola­ra en el elenco.

Y cuando algún intruso evadía los controles, entonces "El Comercio" soli­citaba a los militares el golpe de estado correspondiente. Así sucedió, como se sabe, con Guillermo Billinghurst, derrocado por el entonces coronel Óscar Benavides, el que más tarde fuera el canciller de hojalata más vistoso y reaccio­nario de nuestra his­toria. ¿Cuál fue el pe­cado de Billinghurst?

Bien sencillo: pensar en el obreraje, en los salarios, en el tamaño y el precio del pan.

"El Comercio" se enfrentó al Apra auroral -no la del ladrón suicida- con un odio infinito. No es que "El Comercio" detestara al Apra por­que no le gustara el estilo combativo de Haya de la Torre ni porque juzgara inapropiados sus ternos de provinciano ni sus temeridades sanmarquinas. "El Comercio" odió al Apra de nacimiento porque el Apra quería quebrarle el espinazo a la oligarquía y proponía una nueva sociedad.

Ese odio encontró una coartada en el asesinato de Antonio Miró Quesada y su esposa María Laos. Pero ese crimen reprobable ocurrió en mayo de 1935, tres años después de que "El Comercio" ce­lebrara los fusilamientos en masa en el Trujillo alzado de la revolución aprista. El diario más viejo del Perú estaba acostumbrado a que los militares mataran a quien fuera necesario. Y así lo demostró en 1948, cuando volvió a respaldar el gol­pe de estado del general Manuel Odría en contra de Bustamante y Rivero. Y cuando se calló en los siete idiomas de la cobar­día cuando los apristas poblaron otra vez las cárceles y cuando Luis Negreiros fue asesinado en plena calle.

Recordemos, además, que el golpe de Odría fue uno que concibió el otro gran diario de las derechas armadas del Perú: "La Prensa", de Pedro Beltrán, el hombre encargado de velar por los intereses de la oligarquía agraria y por las franquicias del capitalismo estadounidense.

En los años treinta, cuando Hitler ya era una amenaza mundial y Mussolini era el fascista que preparaba la invasión de Etiopía, don Carlos Miró Quesada Laos, subdirector de "El Comercio", escribía artículos alabando al líder nazi y sugi­riendo que el fascismo era la salida para la postración mundial brotada después de la crisis de 1929. Esos textos, que hoy avergüenzan a algunos de sus descendientes, fueron el prólogo del libro "Lo que he visto en Europa", publicado en 1940, y que es una abierta apología de la propuesta nazifascista.

Claro, si "El Comercio" había sido sanchecerrista y urrista y camisa ne­gra, ¿por qué uno de sus más notorios editorialistas no iba a encandilarse con el siniestro rigor alemán del Tercer Reich y el imperio romano resurrecto por el im­bécil de Mussolini?

"El Comercio" era el poder detrás del trono de esa republiqueta manejada por los barones del azúcar y el algodón. Los latifundistas de la sierra se hacían cargar en andas y los siervos besaban sus manos. El Perú era una novela vieja, un país varias veces vencido y todavía rentable para las élites.       

Cuando Belaunde candidateaba a la presidencia en 1962, "El Comercio" le dio cabida no porque creyera en su tibio reformismo sino porque estaba convencido de que él derrotaría a Haya de la Torre. Cuando Haya de la Torre fue el primero en esas elecciones, "El Comercio" fabricó la teoría de las elecciones ama­ñadas, instó a la Fuerza Armada a que interviniera y logró el golpe del general Ricardo Pérez Godoy en contra de Manuel Pra­do. En las elecciones del año siguiente (1963) fue elegido Fernando Belaunde, a quien la propaganda derechista terruqueaba a su gusto.

Si, porque la demonización es el método que la derecha peruana ha usado siempre para deshacerse de los que quieren un nuevo reparto de la torta. Hoy "El Comercio" es un capo obeso que tiene dos televisiones y una gavilla de periódicos. Tiene el 80% de ingreso publicitario de la prensa escrita y cerca del 40% de las ganancias del rubro televisión. Es un monstruo empresarial que no podría existir en ninguna democracia que vigilara el poder de la concentración empresarial y los oligopolios.

Y este conglomerado, donde sigue figu­rando en su directorio gente como Pepe Graña Miró Quesada, el gran amigo de Alan García y secuaz de Odebrecht, quie­re que votemos por una delincuente que desciende de un condenado a un cuarto de siglo de prisión.

No hay rubor alguno en la proposición. Se dice sin asco. Se esgrimen hasta asesinatos sin in­vestigar para justificar ese voto por la indigni­dad. Se dice que el Perú será un campo de bata­lla si la señora Fujimori no se sienta en el sillón presidencial. Y se habla de Venezuela a pesar de que todos sabemos que Castillo, por más primario que sea, ja­más podrá hacer lo que Cerrón quisiera con un congreso donde tendrá minoría (y donde volve­ría a tenerla, si quisiera cerrarlo después de dos censuras de gabinete).

Con Castillo vendría la incertidumbre y la ges­tión errática o mediocre. Pero del Castillo más du­doso podremos librar­nos jaqueándolo desde la prensa y el congreso.

Con Keiko Fujimori, ya sabemos de qué linaje hablamos. Será el mis­mo plan que borró a las instituciones, que sembró el miedo para blandir la mano dura enderezadora, que compró o intimidó a la oposición, que aduló o alquiló a la prensa, que subvirtió el Tribunal Constitucional, que hizo del dinero público arca encontrada para los forajidos a su servicio. Será la metástasis de un proyecto dinástico que ya nos en­sució. Lo que "El Comercio" y los suyos no entienden es que no votar por Keiko es un asunto de dignidad nacional. Votar por la hija de quien engañó al país es rendirle un homenaje a la indecencia, es condonar lo sucedido, es amnistiar ya no a Alberto Fujimori sino a los Colina, a Beto Kouri, a Montesinos. Es olvidar, con espíritu cómplice, que el señor Fu­jimori huyó de este país y se refugió en Japón, donde sacó su verdadero pasa­porte y quiso ser senador. ¿Somos tan acomplejados en el Perú como para votar por quien encama toda esa pesadilla y la sigue llamando “el mejor gobierno de la historia”? ¿Llegaremos a eso?

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jueves, 20 de mayo de 2021

FILÍPICA 3. SEGUNDA VUELTA. ¿POR QUIÉN VOTAR?

 


    1.   Perú, “que en paz descanse”.

2.   Primera vuelta. ¿Quién quedó sorprendido?

       3.   Segunda vuelta. ¿Por quién votar?

 

 

No me sorprendería que el voto en blanco y el voto viciado por contener groserías fuese el más alto de nuestra historia electoral. Efectivamente, una gran parte de los peruanos no votarán con la cabeza sino con las vísceras. De allí que muchos no voten por Pedro Castillo porque sospechan que implantará un régimen “chavista”, expropiará tu casa y llenará de “terrucos” asesinos la capital.  Por otro lado se sabe bien que Keiko es líder de una organización corrupta y criminal iniciada por su padre y continuada por ella con tanto ahínco  que la ha llevado a la cárcel de la que ha salido con un permiso que quedará en suspenso si es elegida. Y claro, si es elegida ella cambiará o comprará a los jueces y punto final.  

Pues bien, la tentación por el voto nulo es muy grande. Sin embargo, demos una mirada a los últimos acontecimientos. Castillo se ha desdicho de lo que parece dijo. Ahora dice que está en contra del “chavismo”, que si cambia la constitución será luego de ser sometida al voto democrático. También dice que no es comunista, que eso de prohibir las importaciones solo será en caso de que esos productos se fabriquen en Perú, etcétera etcétera. En fin, Castillo dice “que donde dije digo, digo Diego”.  Lo que sí parece hacer ahora es reclutar talento que no atemorice y quizá lo esté consiguiendo: ya aparecen junto a él personajes que han sido ministros y directores del Banco Central de Reserva en un pasado reciente. También ha alejado de su entorno a su antiguo asesor Vladimiro Cerrón y mantiene más cercana a Verónika Mendoza, la moderada socialista nacida en Cusco. Finalmente, ha presentado un Plan de Gobierno bastante descafeinado. Claro que un Plan de Gobierno no quiere decir que lo cumplirá, eso no ha sucedido nunca en nuestra historia.

Por el lado de Keiko la única sorpresa que ha habido es que Vargas Llosa la apoya. ¡Dios mío! Hasta allí hemos llegado. No es un caso de demencia senil (ver comentario de C. Hildebrandt[1]) El merecido Nobel literario nunca se ha apartado del poder económico[2].  Los otros apoyos políticos a Keiko no sorprenden, son los que saben que la corrupción institucionalizada los beneficiará enormemente, tal el caso de César Acuña, un pájaro de alto vuelo propietario de la cadena universitaria César Vallejo que con la que estafa a miles de jóvenes.

 

Y así llegamos al momento de decidir por quién votar. Entiendo que votar en blanco es un opción muy atractiva, pero  aquellos que no quieran  delegar la responsabilidad en otros votarán no por el que más guste sino por el que menos disguste. En este sentido, votar por Keiko asegura una corrupción generalizada. Ella, digna de continuadora de la corruptela impuesta por su padre, sabe bien la manera de comprar apoyos de la bancada opuesta en el Congreso, en el Poder Judicial, en las FFAA, y en cuanta organización política, estatal o religiosa le salga al paso. Además contará con el apoyo económico de ese tejido empresarial inepto que tiene miedo a la competencia y a pagar impuestos. 

 

A mí me disgusta menos Pedro Castillo porque sé que aunque quisiera implantar las barbaridades que le atribuyen no podrá hacerlo porque no obtendrá apoyo en el Congreso. Y no obtendrá ese apoyo porque no sabe como corromper a la oposición ni tiene dinero para hacerlo. En eso Keiko es una experta.  Tampoco sabe como corromper a las Fuerzas Armadas ni al Poder Judicial, ni tiene dinero para hacerlo. En eso Keiko también es una experta.

En resumen: Castillo no podrá cumplir algunas barbaridades que, ciertas o falsas, le atribuyen que pretende hacer. Keiko sí podrá corromper todo lo que se propone.

 

Pero atención, esto no ha terminado con las elecciones. Si sale Castillo habrá inestabilidad política porque no tiene mayoría en el Congreso, además tendrá en contra a la mayor parte de los medios de comunicación. Si sale Keiko habrá inestabilidad social porque el pueblo ya no permitirá más corrupción, desigualdad y abusos. Hace poco lo demostraron los jóvenes cuyas manifestaciones lograron la dimisión de un presidente  a costa de dos muertos.

Ante la alternativa de Castillo, que ofrece una posibilidad de cambio al precio de inestabilidad política, o Keiko, que es seguridad de corrupción al precio de inestabilidad social, votaré por la posibilidad de cambio al precio de inestabilidad política. Votaré por Pedro Castillo.

 

¿Y luego de las elecciones qué? ¿Se podrá reconciliar alguna vez Lima con provincias?,  ¿los LDM con los indígenas?, ¿el ama con la chola del servicio? La respuesta la conocen todos.

 



[1] Ver artículo de César Hildebrandt. http://filipicasmorote.blogspot.com/ .

[2] Si tiene más tiempo puede leer gratis mi libro “Vargas Llosa, tal cual”  https://www.herbertmorote.com/vargas_llosa.asp ,  ganó el premio de ensayo en España.