viernes, 26 de marzo de 2010

FILIPICA 8. LA CLASE SOCIAL CON APETITO

Así como Estados Unidos es ejemplo de un “país con miedo”, China es el de un “país con apetito”, tal como vimos en la Filípica 5. Adaptando la clasificación de países a una sociedad encontramos que la “Clase con Apetito” es aquella cuyos miembros hacen todo lo posible por llegar a poseer los bienes y privilegios que disfruta la clase que ellos ambicionan: la “Clase con Miedo”.
Es verdad que todas las clases sociales tienen apetito, pero este sentimiento no es siempre predominante ni condicionante de su conducta y manera de pensar. A no ser que sea voraz, tener apetito no es suficiente para pertenecer a la “Clase con Apetito”. En ésta sus miembros son insaciables: mientras más comen más apetito tienen; siempre quieren más; nunca se conforman con lo que alcanzan; insisten invariablemente por conseguir una promoción cueste lo que cueste, caiga quien caiga; lo importante es tener más poder, subir en la empresa o en la profesión que practican sea esta abogacía, medicina, literatura, fuerzas armadas, religión. En pocas palabras: adoptan de corazón el sueño estadounidense de llegar a ser “ number one” , el número uno.
Un ejecutivo con apetito voraz ha aprendido varios idiomas, estudiado una o dos maestrías, o doctorados, o estudios equivalentes. En su vida profesional se mantiene al día con las nuevas técnicas, teorías, publicaciones. Trabaja hasta la extenuación no importa que los demás le digan sobón, vendido, traidor o estúpido. Siempre es el primero en llegar y el último en salir del trabajo. Se mantiene atento al menor deseo del jefe. Es voluntario para todo tipo de trabajo; es leal con la dirección de la empresa, nunca se queja. Para llegar a ese clímax de éxito se requiere trabajar y estudiar mucho, muchísimo, no importa el esfuerzo, lo que cuenta es el resultado. Un chino trabaja normalmente 14 o 16 horas siete días a la semana, casi no tiene vacaciones, quizá una semana cada dos años. Eso es tener apetito, hacer menos no sirve, sería simplemente una quimera o un sueño, según ellos.
El hombre o mujer con apetito sabe que para progresar no debe confiar en recomendaciones, ni palancas, ni embustes, no porque sea inmoral, la moral no cuenta, sino porque el éxito más seguro es el que depende de uno mismo y no de los demás. Al cabo de pocos años su mejor recomendación no será el título de la universidad donde estudió sino el trabajo que ha realizado en su vida profesional.
Subir en la escalera profesional puede requerir suerte, pero como la suerte no depende de uno la persona con apetito no cuenta con ella, sino con su preparación y capacidad.
Los arribistas y “trepas”
Hay algunos de la “Clase con apetito” que en vez de confiar en su propia preparación prefieren tomar el atajo del arribista, del “trepa”, del que ambiciona mantener contactos con gente importante para que lo ayude en su progreso, y para eso se humilla y presta los servicios más asquerosos con tal de congraciarse con el escalón superior de la empresa o de la sociedad. Moral y Ética
La Clase con Apetito actúa generalmente dentro de los parámetros morales y éticos aceptables no porque crea en ellos, sino porque cree que la deshonestidad es un mal negocio. Es tomar mucho riesgo.
Relación con sus jefes
La clase con apetito no cuestiona ni duda las órdenes y estrategias impartidas por la jerarquía superior. Si la empresa desea despedir al 20% de los trabajadores, el ejecutivo con apetito despide al 30% para quedar mejor. Si hay que boicotear a los dirigentes sindicales se les boicotea. Si hay que pagar mordidas a los burócratas para conseguir un contrato, se les soborna sin pestañear. Si hay que ocultar ganancias para pagar menos impuestos se las oculta. Las órdenes de la empresa se reciben sin dudas ni murmuraciones. Eso no quiere decir que esté casado con la compañía, sino que mientras trabaja en ella es leal, claro que esa fidelidad termina el mismo día en que cambia de trabajo.
Relación con sus subordinados
Lo único importante es que lo subordinados rindan más al menor costo. La formación, los incentivos, las medidas de seguridad de la empresa son solo estrategias para que produzcan más. La empresa no es una Beneficencia Pública. Al empleado que está al borde del abismo hay que empujarlo, no sirve, perjudica. Los sindicatos son un estorbo para el manejo y la flexibilidad en tomar decisiones.
Relación con la política
La Clase con Apetito no participa en la política, eso quita tiempo y puede causar represalias si uno apoya al bando equivocado. Nunca cambia de partido, siempre está con el Gobierno sea de izquierda o de derecha porque de ese modo consigue lo mejor para su empresa o institución, y sobretodo para él.
Relación con la sociedad
La Clase con Apetito no está interesada en mantener lazos sociales que no tengan un fin económico o que sirvan para conseguir un negocio. El apetito voraz no le permite perder el tiempo en cosas que no sean para su beneficio.
Relación con la Clase con Miedo: la sirve con dilección.
Relación con la Clase Resentida: la evita.
Relación con la Clase Desorientada: la explota.



viernes, 12 de marzo de 2010

FILÍPICA 7. EL MIEDO DE LOS MULTIMILLONARIOS

Todos tenemos miedo a perder nuestros bienes. Un vagabundo tiene temor a que le roben sus zapatos. Un multimillonario a perder su riqueza. La diferencia reside en que el vagabundo no hace ataques preventivos contra los que tengan alguna posibilidad de quitarle su calzado; perder sus miserias no lo obsesiona, no es parte de su manera de ser ni de su actividad diaria. En cambio el multimillonario está obsesionado por proteger sus bienes y, con mayor dedicación a la que se dedica para aumentar su riqueza, se consagra a eliminar a sus enemigos reales o imaginarios. Esto en política internacional se llamaría “guerras preventivas”.
Siguiendo la clasificación de la sociedad de acuerdo a sus emociones descrita en la Filípica anterior, la Clase con Miedo se compone de los que son verdaderos millonarios. En este grupo podíamos incluir a los altos ejecutivos de transnacionales que tienen como labor implementar las estrategias y filosofía que dictan sus casas matrices. Es decir: cumplen sus obligaciones empresariales a raja tabla o corren el riesgo de ser despedidos a la menor desviación de las políticas dictadas en el extranjero.
En el Perú la Clase con Miedo no aparece en notas sociales de periódicos o revistas, ni frecuenta clubes como el Regatas Lima, ni pasa vacaciones en la playa Asia, ni va a cenar al restaurante Astrid y Gastón, ni se aloja en un hotel Hilton, ni viaja en primera clase de Air France. Eso lo haría alguien de un nivel más bajo, mucho más bajo. Las pocas familias peruanas de la Clase con Miedo tienen casas en Palm Beach, Long Island o la Riviera Francesa, sus hijos estudian en Yale, Harvard o Princeton; viajan en sus propios aviones; hacen reservaciones en el restaurante Bulli o el Alain Ducasse; y se alojan en suites del Hotel Ritz de la Place Vendôme. En mis tiempos la familia Gildemester vivía en Alemania, la familia Grace en Estados Unidos, la familia Milne en Inglaterra, la familia Prado en Francia.

Estrategias de la Clase con Miedo
A través de los años esta clase se ha ido adaptando a la evolución del mundo sin desviarse nunca de su objetivo. Antes usaban a los dictadores para acallar las protestas del pueblo o de intelectuales que denunciaban injusticias. Ahora ya no es necesario ni de buen gusto acudir a golpes militares, les basta con utilizar adecuadamente los medios de comunicación para conseguir sus objetivos. Esto es modernidad, sofisticación y buenas maneras.
Para mantener las cosas tal como están, es decir bajo el control de empresas globalizadas ya no se necesita mancharse de sangre, solo deben dejar correr algo de dinero para comprar conciencias, contratar plumíferos, promover “expertos”, y sobretodo entretener a la masa para que piense en otras cosas.
Veamos cuales son sus estrategias básicas:

Desprestigiar a la clase política.
Hay que mantener una constante divulgación de los actos de corrupción de alcaldes, parlamentarios, ministros. O de sus apetencias sexuales y hábitos perniciosos. La gente no debe confiar en ningún político, no importa que en su mayor parte sean ciudadanos que trabajan honesta y sacrificadamente por bien de la nación.
Además hay que hacer público los ataques que se dirigen unos a otros. Esta polémica de crispación política alienta la desconfianza de la gente, y eso es muy bueno. Ningún partido debe llegar a ser dominante, salvo el nuestro mientras siga nuestras instrucciones. Claro que si cambia, o llega a ensoberbecerse y quiere actuar por su cuenta, nada es más fácil que quitarle el apoyo y hacerlo caer. El resultado de esta estrategia en el Perú es magnífico: no existen partidos políticos tradicionales, salvo el APRA que es epítome de la corrupción y desprestigio. Los peruanos no tienen conciencia política, ¡Qué maravilla!

Desprestigiar a los sindicatos
Hay que seguir manteniendo el desprestigio en que hemos colocado a los sindicatos, no vaya a ser que surjan nuevamente y reclamen mejores salarios y condiciones de trabajo. A los dirigentes sindicales se les compra o se les desprestigia, o mejor aún se les ignora. Todo sindicalista es un marxista en potencia, un cuasiterrorista, un antipatriota; además es un ignorante total que lo único que busca es ganar más sin trabajar. Los dirigentes sindicales son corruptos, zánganos, viven de las contribuciones de los trabajadores a quienes engañan y manipulan. Sus huelgas llevan a la destrucción los bienes del país, son saboteadores de la economía nacional. Nadie debe sindicalizarse o corre el riesgo de que lo despidamos. Los trabajadores deben seguir contribuyendo al desarrollo de la empresa que es la verdadera riqueza del Perú y fuente de nuestros ingresos.

Entretener a las masas.
Es muy importante mantener entretenidas a las masas, no vaya a ser que comiencen a pensar. Para eso tenemos la televisión, hagamos de los reality shows, de los Jaime Bayly, de las Laura Bozzo, el centro de atracción de la gente. A esto hay que añadir el fútbol, no importa que el Perú sea el peor equipo de América, ni que los jóvenes no tengan un sitio para practicar este deporte, esas son minucias, de eso no se debe hablar. Lo que hay que hacer es llenar los espacios radiofónicos con transmisiones y comentarios de cada partido. Lo importante es que la gente sufra por su equipo, que discuta sobre los jugadores, que se hagan ilusiones de triunfos y de copas. Eso seguirá manteniéndolos muy ocupados. Además tenemos las telenovelas que dejan embobados a todos. Hombre, también hay que contar con las fiestas nacionales y con las procesiones. ¡Qué haríamos sin las procesiones! ¡Qué sucedería si no tuviéramos el Señor de los Milagros! Eso sería horrible, quizá la gente se dedicaría a pedir cuentas al gobierno, o a reclamar las excesivas comisiones bancarias, o a preguntar por los impuestos que pagan las compañías mineras, o a investigar la contaminación de las aguas de los ríos y del aíre. O a preguntarse qué material militar estamos comprando y a qué precio. No, eso no nos convendría. Mejor hay que mantener a la gente sentadita en el circo. El pan se lo daremos otro día.
Sobretodo lo que tenemos que hacer es mantener los mitos nacionales: el Perú es rico, muy rico, tiene oro, plata, cobre, petróleo, gas; en la selva abundan los árboles; nuestro océano es el más rico del mundo; la papa y la quinua son originarios del Perú; tenemos vicuñas, llamas, alpacas. En fin, tenemos de todo. Además el imperio incaico fue una gran civilización y el Perú fue el virreinato más rico de España. Así que tenemos muchas razones para sentirnos orgullosos. Escriban sobre eso, enséñenlo a los niños para que lo aprendan bien, y para que los adultos no lo olviden repítanlo todos los días. Hay que componer canciones que ensalcen las bellezas del país y ahora con Internet poner muchas fotografías de Machu Picchu, por ejemplo. Y no hay que olvidar de honrar con desfiles a nuestros héroes militares sin importar que nunca hayamos ganado una guerra.
Pero sobretodo hay que recalcar que el país es inmensamente rico. Mientras el pueblo se sienta orgulloso de lo que no posee vamos bien. No vaya a ser que se de cuenta de que nada les pertenece ni pertenecerá. Eso es nuestro y de nadie más.

No educar al pueblo
Ahora que la modernidad exige dar educación a todos, hay que cumplir para que vean que somos gente honesta y progresista. Claro que no hay que exagerar, los colegios privados se encargarán de proveer empleados para nuestras empresas, y los colegios nacionales que enseñan tan mal nos darán obreros a nuestras minas. Es mejor que los colegios privados sean religiosos, tenemos que proteger a la jerarquía de la iglesia Católica, son nuestros más fieles aliados, ellos nunca han cambiado de partido, siempre han estado con el gobierno. Lo estuvieron con Fujimori a pesar de que forzó la esterilización de 200,000 indígenas, pero eso es otra historia.
Especial cuidado hay que tener con el sindicato de profesores. El SUTEP está en manos de comunistas trasnochados que han llevado a la ruina la educación del Perú. Allí no reside el peligro, el riesgo es que la base de profesores se rebele, cambie a sus dirigentes y se ponga a pensar en cómo mejorar la enseñanza pública. Eso sería muy peligroso, una masa educada nos haría la vida muy difícil.
…..
-¿Qué pasaría si nuestras estrategias fallasen?
-Pues muy sencillo, nos vamos del país antes de que nos expropien e invertimos en otro que de más seguridad a nuestras inversiones.


jueves, 4 de marzo de 2010

FILÌPICA 6. EL MIEDO DEL GRUPO SUPRANACIONAL

Inspirados en la clasificación de los países de acuerdo a sus emociones sugerida por los intelectuales Miösi y Todorov (ver Filípica 5), la sociedad peruana se dividiría en cuatro: Personas con miedo. Personas con apetito. Personas humilladas, rencorosas. Personas indecisas. Pero antes de hablar de ellas es necesario prestar atención al grupo de ejecutivos supranacionales cuyo miedo supera su ambición, que no es poca, y que han creado una cultura de temor que expanden por todo el mundo. La posibilidad de un levantamiento social los lanza a influir de forma decisiva en las decisiones políticas y económicas que se toman en un país como el Perú, frágil, sin conciencia política, desorientado.

LA CONVENIENCIA DEL MIEDO
Los integrantes de este grupo son los que verdaderamente detentan el poder económico y político del país y temen que puedan cambiar las cosas. Ellos son los presidentes de gigantescas corporaciones financieras, industriales, mineras, de comunicación, de energía, de salud y tantas otras, que no viven ni conocen el Perú, y lo más probable es que ni siquiera hayan venido de vacaciones, aunque esto no es óbice para decidir si invierten o retiran su empresa del país. Pero hay algo más: los accionistas de estas empresas son cientos de miles de accionistas anónimos y gerentes de fondos de inversión que compran o venden al menor rumor positivo o negativo. Parte del trabajo de la alta dirección de las empresas es convencer a sus accionistas que el país donde está la compañía es estable y su dinero está seguro. Y no solo el país sino también la región geográfica no corre peligro.
¿Cómo coordinan estos altos directivos sus decisiones sobre el Perú? De la manera más natural, sin conferencias secretas ni conciliábulos sospechosos. La alta dirección de las empresas está siempre comunicada entre ellas para tratar asuntos que pueden afectar a todos: un cambio de gobierno, el aumento del malestar social, el peligro de nacionalizaciones, las campañas contra la inversión extranjera, reclamos de sindicatos, de las ONG´s, de los ecologistas.
Si tomamos el caso de las recientes inversiones españolas, es natural que el Sr. Botín del Banco Santander converse con el Sr. González del BBVA sobre la conveniencia de apoyar o no la candidatura de Keiko Fujimori, Castañeda o de Humala en las elecciones de 2011; a los banqueros se pueden juntar los directivos de Repsol, Iberdrola o Telefónica con quienes además juegan golf o asisten a bodas o fiestas de cumpleaños, y a quienes también frecuentan en las asociaciones empresariales.
Los presidentes de empresas compiten duramente por una nueva concesión o una mayor participación del mercado y llegan a utilizar una amplia gama de triquiñuelas para lograr sus objetivos. Pero en lo que se refiere a asuntos nacionales son socios leales y honrados ya que eso les afecta a todos. Y si afecta a todos, también le atañe al país de donde proceden sus empresas, en este caso sería España, pero generalmente es Estados Unidos ya que sus compañías tienen una posición dominante en diferentes áreas, como el comercio, franquicias, minería, y un largo etcétera.
Ante la posibilidad de que algo pueda afectar a sus empresas, los gobiernos en cuestión ponen en movimiento a sus embajadas, consulados, agregados comerciales, servicios de inteligencia y toda la parafernalia de departamentos que tienen las grandes potencias. Claro que el círculo del miedo es más grande, los gobiernos y las grandes corporaciones controlan los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Internacional de Desarrollo, y si seguimos en esta serie de conexiones de los que tienen miedo a una revuelta popular, encontraremos que las universidades estadounidenses son financiadas por las grandes corporaciones, y de allí salen los intelectuales que evangelizan las ideas neoliberalistas y que, como los antiguos sofistas atenienses, tienen la capacidad de demostrar lo que les plazca. Un intelectual disidente y con ideas propias no tiene cabida en las universidades influyentes o es marginado como lo es Chomsky o silenciado totalmente como lo fue Filkenstain.
La rueda de intereses creados por los miedosos se alarga hasta el infinito: de allí parten los trusts o fundaciones que pagan becas de formación, organizan conferencias, consiguen “expertos”, difunden enorme información siempre parcializada, llenan los despachos de periodistas con boletines digeridos, revigorizan sus departamentos de relaciones públicas, subvencionan estudios, invitan políticos y periodistas a viajes exóticos, cruceros de lujo. Ofrecen el país de las maravillas a todo aquel de cierta importancia que cambie de opinión. En fin, controlan a los medios de comunicación local y extranjera a base de publicidad.
Si le interesa saber más sobre este asunto lea a los premios Nobel Paul Krugman y Joseph Stiglitz, o también al imprescindible Noam Chomsky, o a los periodistas John Mearsheimer y Stephen Walt. Noten por favor que todos son estadounidenses, y no pertenecen a ningún partido de izquierda.
Algún descreído podrá decir que esos intelectuales han elucubrado teorías sin sustento. Después de haber dirigido una de las empresas más poderosas del índice Down Jones puedo dar testimonio que no es así, quizá hasta se han quedado cortos.