viernes, 13 de enero de 2012

CARTA A UNA MUJER QUE TUVO RAZONES PARA NO AMARME

Rodrigo Saldarriaga es uno de esos talentosos y valientes hombres que viven con una honestidad que linda en el extremo de la locura o de la sabiduría. ¿Hay alguna diferencia? Actor, director y dueño del Pequeño Teatro de Medellín ha sobrevivido impávido las décadas más violentas y mortíferas del narcotráfico colombiano. Ahora se enfrenta rutinariamente a la violencia política que paga a jóvenes sicarios para que acabar con la vida de aquel que cree que los mira mal.

Hacer teatro mientras las bombas sacudían diariamente la ciudad fue para él una fuga y a la vez una reafirmación de que el arte es fuente de esperanza. Su Pequeño Teatro no solo sobrevivió los aciagos años sino que creció, ahora tiene capacidad para unas 500 personas, aunque Rodrigo lo sigue llamando pequeño. Pero hay algo más que hace de ese teatro un ejemplo, los espectadores entran gratis, no hay tickets, y si les gusta la obra pueden dejar lo que crean conveniente a la salida.
Conocí a Rodrigo con motivo de la temporada que hizo de El guía del Hermitage, también a la mujer que en ese tiempo compartía su vida y fatigas. Por eso, y por el cariño y respeto que tengo a ese gran hombre, me permito compartir sin comentarios la carta que Rodrigo le escribió ahora que están separados.
Carta a una mujer que tuvo razones para no amarme
La vida es efímera e irrepetible y estamos aquí para vivirla en la velocidad del tiempo y en la intensidad del alma hasta el límite de la materia, no quiero traicionar mi convicción negándome el derecho a la plenitud de las emociones. He vivido para saciar la vida, para complacerme en el goce hedonista de los sentidos y en el placer de la satisfacción de cumplir la promesa de la felicidad.
Ahora que transito los sesenta y me amenaza el cuerpo con el último evento y ahora que no he podido estallar el amor de la mujer que quise, espero conservar los vicios de vivir y en paz conmigo mismo seguir urdiendo los hilos de los sueños de Próspero sin perder la alegría y sin engañar la esperanza de la felicidad.
He tratado de llevar siempre la libertad como mi enseña, no he hecho nada ni he dejado de hacer nada que no me dictará mi corazón: cuando amé – y he amado mucho- lo hice sin prejuicios, dejándome arrastrar por las razones y sinrazones de los sentimientos: a nadie vi más bella ni más brillante que a la mujer a la que amé. No consulté con nadie mi derecho al amor ni oí las consejas a mí alrededor. Y espero que el tiempo me asigne turnos para desafiar de nuevo la razón.
Cuando me falló la fe encontré en el ateísmo la más clara libertad para definir mi ética y mi moral: he vivido sin dios para poder ser, para poderme hacer íntegro sin rendirle cuentas a nadie y sin recompensa o castigo por mis actos. He sido mi propio juez y yo mismo me he infringido los castigos por mis errores y mis faltas.
Cuando la sociedad me develó la injusticia encontré en el Manifiesto la bandera roja de la libertad y el odio por el estado y me afilié a mi partido y 43 años después sigo creyendo que el comunismo es la más grande de las invenciones humanas y que llegará el día en que los sueños de libertad social se hagan realidad para pagar los sufrimientos de todas las clases que han padecido opresión en la historia de la humanidad.
Cuando descubrí el teatro, encontré una razón para gastarme el tiempo, no la hubiera encontrado nunca ni en la arquitectura ni en otra profesión. El arte del teatro me ha permitido ejercer un oficio sin patrones y sin límites, me ha dejado ejercer la absoluta libertad de decir lo que he querido en el momento en que lo he querido y me ha entregado al fin del tiempo la esperanza renovada en el arte.
Moriré de un puñetazo de mi libertad siendo sibarita, hedonista, amante, ateo, comunista y haciendo teatro.
Rodrigo Saldarriaga
*****
Qué vivas muchos años más, Rodrigo. Tu vida es un ejemplo de honestidad intelectual tan escasa en todas partes, no solo en Medellín.

Un abrazo
Herbert

sábado, 7 de enero de 2012

TENGO QUE TRAGAR MIS PALABRAS

Mi silencio estos pasados meses se debe a mi vergüenza y desconcierto. Figúrense, a mi edad y tan ingenuo. Mi mayúsculo chasco demuestra que nada se gana con experiencia y estudios. Solo pensar que dije esto hace 7 meses me causa rubor y depresión: “Cuando jures el cargo el 28 de julio (le escribí a Humala) tendrás el privilegio y honor de ser el primer presidente de izquierda democráticamente elegido en toda nuestra historia. Cuánto le hubiera gustado ver este logro a José Carlos Mariátegui, César Vallejo, José María Arguedas, Luciano Castillo, Alberto Flores Galindo, Alfonso Barrantes y a miles de intelectuales, artistas, o simplemente seguidores de ideas socialistas, como lo fue mi hermano el Dr. Donald Morote. Recuerda también que muchos de ellos sufrieron incomprensión, discriminación, burlas, abusos, destierro y hasta olvido.”
No tengo perdón ni disculpas. Por un mínimo orgullo no repetiré las advertencias y reservas que mencioné en dicha carta. Repito, no tengo disculpas, creí que Humala iba a ser consecuente con sus promesas. Por lo tanto acepto con humildad y resignación todos los improperios que deseen hacerme, los merezco.
• No me lo explico, ¿cómo es posible que creyese que Humala pudiera formar un gobierno con ideas progresistas y solidarias?
• ¿Cómo es posible que pensase que la derecha cavernaria del Perú pudiese tener sus días contados?
• ¿De dónde diablos me salió el optimismo para creer que un presidente del Perú pudiese acabar con las injusticias sociales, la discriminación de las mayorías minorizadas por el poder económico, y con el retraso de las provincias andinas y selváticas?
• ¿Cómo pude creer que un comandante pudiera ser capaz de respetar los Derechos Humanos y acabar con la impunidad de los militares acusados de violarlos?
Me he equivocado una vez más. Lo siento por mí, por mis amigos y familiares, y por el Perú. La única buena noticia que puedo dar ahora es que no me rendiré. Esto no va acabar así, retomo la palabra hasta quemar el último cartucho.