En nuestro intento de clasificar la sociedad de un país de acuerdo a su relación con el poder político y económico hemos visto hasta ahora tres clases:
1. Clase social poderosa que propaga el miedo para aumentar su dominio (Filípicas 5, 6 y 7)
2. Clase social con apetito (Filípica 8)
3. Clase social desorientada o adormecida (Filípica 9)
Nos falta cubrir la última: la Clase social inconforme. Por razones prácticas incluimos en ella a una gran diversidad de personas que manifiestan su desacuerdo de diferentes maneras. La Clase social inconforme está formada por personas que no están de acuerdo con lo que pasa, o que se sienten maltratados, oprimidos, explotados, manipulados y sometidos por las clases poderosas que manejan el país. Debido a esto luchan con pasión para reivindicar sus derechos. Estarían aquí incluidos disidentes, activistas, ecologistas, sindicalistas y tantas otras personas que solas o asociadas expresan su descontento sobre una causa específica.
Los inconformes siempre tuvieron mala prensa. Constantemente han sido ridiculizados, amenazados, marginados, o simplemente ignorados cuando no desterrados o asesinados. Expresar desacuerdo con lo que ocurre es arriesgarse a lo peor. Cuanto más importante sea la causa, más riesgo corre el disidente, y cuanto más poderoso el criticado más rápido son acallados sus opositores. Ser disidente es ser raro, extravagante. Es ser un aguafiestas, alguien a evitar. Y si el disidente se convierte en activista entonces se hace sospechoso de intentar subvertir el orden público.
Esto no es nuevo, en todos los tiempos ha sido peligroso criticar el poder. El inconformista Sócrates acabó siendo condenado a muerte. A Martin Luther King lo asesinaron por reclamar la igualdad de las razas; parecida suerte corrió Mahatma Gandhi por pedir el fin del colonialismo inglés en la India.
Desgraciadamente son muy pocos los que con su sacrificio pudieron conseguir sus objetivos. La mayor parte de los disidentes están borrados de la memoria colectiva, sus causas no triunfaron aunque su sufrimiento haya sido igualmente terrible. Por otro lado, las conquistas sociales se lograron por héroes que han sido borrados de nuestra memoria. ¿Quién recuerda los nombres de los sindicalistas que consiguieron la jornada de 45 horas a la semana, o que se dieran sillas a las trabajadoras, o que se prohibiera el uso industrial del mercurio, o que se prohibiera el trabajo de menores? Son tantas y tantas las conquistas sociales que disfrutamos gracias al esfuerzo y sacrificios de miles de personas anónimas que sufrieron las represalias de sus empleadores y del Estado. Si en algunos países existen aceptables condiciones de trabajo no es debido a la iniciativa voluntaria y espontánea del empresariado sino a la presión ejercida por las fuerzas sindicales. Claro, ahora las cosas han cambiado, el poder económico ha logrado desprestigiar el sindicalismo y corrompido a muchos de sus líderes a tal punto que han perdido el respeto de todos. El 1º de mayo ha pasado a ser una fecha sin contenido.
Sería lógico pensar que cada ciudadano es un inconforme ya que existen justificadas razones para ello. Lo triste y sorprendente es que la potencial protesta queda violentamente apagada por la influencia de los medios de comunicación cuyo fin primordial no es informarnos sino entretenernos o divertirnos con el fin de que miremos hacia otro lado. El éxito de adormilar a los ciudadanos es tal que la posible protesta, rabia o indignación hacia las evidentes injusticias se concreta en uno que otro comentario aislado sin trascendencia alguna.
La diferencia entre la “Clase inconforme” y la “Clase de indecisos o adormilados” (que hemos visto en una Filípica anterior) es que los inconformes luchan aún sabiendo que tienen pocas posibilidades de ganar, mientras que los indecisos o adormilados no se dan cuenta de que tienen derechos que reclamar o peor: están convencidos de no vale la pena pelear porque no se gana nada, y hasta pueden perder lo poco que todavía tienen.
¿Qué desea la Clase Inconforme? Principalmente cambiar el rumbo que ha tomado el país, y en esto hay tantos aspectos como intereses pueda tener la persona. Por eso la lista de cambios necesarios es interminable. Pongamos algunas reivindicaciones: en cuestiones laborales: salarios justos y condiciones de trabajo seguras. En asuntos económicos: acceso a recursos financieros, estabilidad monetaria. En asuntos culturales y educativos: instrucción pública buena y gratuita y acceso a programas culturales. En Salud: eficientes y gratuitos servicios hospitalarios. En política: dirigentes honestos y preparados. En asuntos ecológicos la preservación de la naturaleza y reducción de la contaminación ambiental.
Disidentes o inconformes son aquellos que están conscientes de las injusticias que cometen las clases que manejan el país, alzan su voz contra ello y no se dejan engañar por noticias y discursos que nos invaden las 24 horas del día. Un disidente es alguien que piensa por su cuenta y que expresa continuamente su discrepancia corriendo el riesgo de ser marginado, expulsado de círculos sociales, culturales y hasta familiares. El disidente puede ser considerado desde excéntrico por aquellos pocos benevolentes que lo rodean, hasta extremista peligroso por el Estado. Dentro de las organizaciones disidentes a nivel mundial destacan Amnistía Internacional, Greenpeace, Human Right Wacht. En el Perú tenemos APRODEH, COMISEDH, IDL, SER entre muchas ONG dedicadas a proteger los pocos derechos humanos que todavía tiene sus habitantes, pero hay muchas más que de forma callada, sin aspavientos ni alborotos trabajan denodadamente por lo mismo.
¿Qué armas utiliza el disidente? La única arma letal del disidente es la palabra escrita o verbal. El disidente sabe el riesgo que corre, se le cerrarán las puertas para sus escritos, ya sean periódicos, editoriales, programas culturales. Un disidente por más minúsculo que sea sabe que será perseguido por el “Establishment” ya que incomoda como el ratón al elefante, por lo tanto hay que deshacerse de él, aplastarlo, desaparecerlo.
Hay disidentes que van más adelante, no se conforman con expresar su opinión a quien quiera oírle, sino que desean difundir sus pensamientos mediante acción y para eso hay que organizarse y participar. Ese disidente se convierte en “activista”. Noam Chomsky es un ejemplo. El sabio lingüista tiene cerradas las puertas de los principales periódicos y televisiones de EE UU. Sus libros y sus discursos incomodan al Establishment. Pero esto no le importa, Chomsky promueve coloquios donde se critica la manera por donde va el mundo. Siendo judío no le importa censurar a Israel por sus abusos contra los palestinos, o siendo estadounidense denunciar las barbaries que cometen en el mundo, llegándolo a llamar “Estado Canalla”.
El Perú ha tenido importantes disidentes, quizá el más representativo de ellos ha sido Manuel Gonzalez Prada, que fustigó a la sociedad peruana en general. Famosa quedó su frase: el Perú es un cuerpo enfermo, donde pongamos el dedo saldrá pus. Otro inconforme fue José Carlos Mariátegui, autor de -Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana-. En el campo de la literatura José María Arguedas y César Vallejo destacaron por su lucha para acabar con las injusticias a la que está sometido el pueblo. Desgraciadamente, desde la mitad del siglo pasado, no ha habido disidentes que hayan llegado a esas alturas. Esto no quiere decir que no los tengamos de gran calidad intelectual y valentía ciudadana. No, en el Perú hay muchos osados y honrados disidentes que diariamente se arriesgan para reclamar sus derechos a pesar de que sus compatriotas se entretienen con la TV o el fútbol para felicidad de los poderosos.
domingo, 25 de julio de 2010
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Qué necesario, reconocer socialmente a la disidencia. Que sea una cuarta parte significativa de la sociedad, pese a su insignificancia numérica, anima y eleva la moral!
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