domingo, 13 de junio de 2010

FILÍPICA 9. LA CLASE DESORIENTADA O ADORMECIDA

A nivel internacional los países desorientados o adormecidos son los más. Mientras que los países poderosos, como Estados Unidos, con el pretexto del miedo invaden, expolian, y someten a los países que les interesa, y los países con apetito, como China, en lo único que piensan es cómo llegar a ser ricos, los países desorientados o adormecidos, como los africanos y latinoamericanos, lo único que saben hacer es dejarse llevar como bueyes de arado. Caído el muro de Berlín, sin ninguna otra opción que el neoliberalismo, estos países han dejado de buscar alternativas y se conforman con bailar al son que les toquen.
Igual les sucede a las sociedades dentro de un país. La gran masa está perdida y sigue el rumbo marcado por las pocas manos que detentan el poder económico. Al pueblo se le ha hecho creer que su voto decide el futuro del país y que viven en una democracia, esto es: el gobierno del pueblo. A veces hasta piensan que el presidente que elijan mejorará su situación. Pero es más, se les ha hecho creer que no pueden aspirar a otra cosa que no sea elegir candidatos. Votar es el máximo derecho que tienen como ciudadanos, aunque los planes que proclamaban sus candidatos sean una y otra vez echados en el profundo saco del olvido. La democracia se ha convertido en una burla inexorable y cuando sus voceros intelectuales son atacados arguyen con desparpajo y cinismo: “sabemos que nuestra democracia no es perfecta, pero es la mejor opción”. Claro, ofrecen como alternativa la tiranía. Mientras que los políticos se desgañitan con promesas, la masa ingenuamente les cree mientras dura la campaña electoral.
¿Y qué pasa cuando las promesas no se cumplen, cuando las cosas no mejoran, cuando se sigue viviendo mal? ¿Acaso se sale a la calle a protestar masivamente? No, esas protestas se acabaron. La última fue en mayo de 1968 cuando los estudiantes de París iniciaron un clamor mundial para enderezar la situación. Después de eso, los poderes económicos han orquestado una perversa y sutil campaña mediática para idiotizar al pueblo. Démosle entretenimiento, que piensen en fútbol, en películas, en “reality shows”, en corrupción, en narcotráfico, que se entretengan comentando los robos que hay en la ciudad, o las modelos del momento. Hagámosles creer que esto es una democracia. Que crean que la globalización es la única salida para que no tengan contra quién protestar. ¿Acaso saben quién dirige la globalización, cuáles son sus reglas, y quién las cumple? Demos circo al pueblo, y también pan, claro que de pan muy poco, no vaya a ser que se acostumbren a comer y no quieran trabajar.
Las campañas mediáticas iniciadas a fines del siglo XX ha calado hasta los huesos de la masa, y cuando hablo de masa, no solo me refiero a los pobres sino también a la clase media, que pretende ser más inteligente y preparada que el pueblo y sin embargo ha sido la primera en caer en el engaño de la resignación, de la aceptación de que no se puede hacer nada más de lo que ya se hace, que el problema es el presidente, y que hay que cambiarlo. Claro, no se han dado ni cuenta que en estos días el presidente de un país, como el del Perú y hasta el de España, no puede hacer nada que no le dicte el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o los especuladores de la bolsa. Intentar saber quién gobierna sus vidas es mucho pedir a una masa que está embobada mirando en la televisión asesinos en serie, familias de color que se arrojan pizzas a la cabeza, señoritas the Nueva York obsesionadas con el sexo.
¿Cómo se refleja el éxito de la campaña de inmersión en la estupidez? Pues de la manera esperada: en el Perú el 75% de los habitantes que viven en las condiciones más miserables, sin agua corriente ni desagüe, con pisos de tierra, y techos de eternit o esteras, dicen estar contentos. Pero veamos a España, país que se cree civilizado y culto, pues bien el paro ha subido más del 100%, pronto llegarán a los 5 millones, el 45% de los jóvenes no tienen trabajo, hay casi dos millones de familias que no tienen ningún familiar trabajando, a los trabajadores públicos, incluyendo barrenderos, carteros, chóferes, se les han bajado sus sueldos en por lo menos 5%, a los jubilados se les congelarán sus pensiones, y por supuesto a todos les suben las tarifas de luz, gas, agua, transporte. Van a subir el IVA y, como no les falta imaginación, crean nuevas cargas como la tarifa para recogida de basura. Ante esta injusta y descabellada situación, ¿han salido los españoles a la calle a protestar por este abuso dictado por instituciones financieras? ¿Se han dado acaso cuenta de que la crisis la originaron las instituciones financieras? No sabemos, la masa se ha quedado calladita. La huelga de un día anunciado por los funcionarios públicos fue un tremendo fracaso. Los españoles creen que no se puede hacer nada y se quedan quietecitos, voluntariamente sumisos, como si el asunto fuera con otros, y miran las nuevas ofertas de televisores, ahora tienen “High Definition”, y también Tercera Dimensión. Más discuten sobre si el Barça es mejor que el Real Madrid que si las entidades financieras cobran voraces comisiones. No es que falten convocatorias de protestas, si la iglesia y los conservadores deciden manifestarse contra la píldora del día siguiente o contra el matrimonio de los gays, todos a las plazas. Si hay que protestar contra la guerra de Afganistán y lanzar inflamados discursos contra el envío de tropas, en las avenidas no cabe ni un alfiler. Pero convoque usted a quejarse contra la rebaja de días de despido, o contra los miles de millones desfalcados por las cajas de ahorro y asistirán cuatro gatos que tienen estropeado el televisor.
Salvando lógicas distancias en el Perú la reacción es parecida, solo los cholos, los resentidos, los comunistas, los antipatriotas salen a la calle a protestar, y la gente los mira con espanto. Esos desgraciados nos van arruinar a todos, así no se puede hacer patria. Mejor me voy a tomar una cervecita, no hay que meterse en política, no se saca nada protestando.
La masa desorientada o adormecida es el éxito de la modernidad.