domingo, 15 de noviembre de 2020

¡PERÚ, BASTA YA !

 

 

¡PERÚ, BASTA YA!

 

1ª PARTE ¿CÓMO  PERÚ HA PODIDO LLEGAR A ESTAR COMO ESTÁ? (Viernes 13 de noviembre de 2020)

 

Esta pregunta es a todas luces equivocada. El Perú no podía llegar a ser otra cosa. Figúrese usted que la última vez que se votó por un presidente[1] que no acabara enjuiciado por ladrón fue hace 40 años. Si consideramos que ese votante tenía por lo menos 18 años, hoy tendría 58. Es decir: todos los peruanos menores de  58 años siempre han visto elegidos a presidentes que han sido encausados por saquear al país. Créanme que esto no es una pirueta aritmética, esto indica que la corrupción está enraizada en el país. La imagen de un presidente corrupto una y otra vez ha terminado en calar en nuestros huesos. ¿Qué no es cierto? Miren cuánto respaldo tiene todavía el clan Fujimori. Y no solo él. También tiene seguidores el partido de Alan García,  y el de Humala. Hasta PPK, Vizcarra y Toledo, el indio traidor de su raza, tienen seguidores. Pero hay más, fíjense  en el nuevo presidente Manuel Merino mafioso como todos los congresistas que lo han elegido. ¡Qué horror de país!

 

Tomo aliento para seguir….

 

Lo triste es que estos miserables mandatarios han podido gobernar a sus anchas gracias al poder económico de turno que viene manejando a su antojo el país desde siempre. Y cuando hablo del poder económico de turno me refiero no solo al gran capitalista explotador de nuestras riquezas naturales que contaminan tanto el ambiente como la conciencia de los líderes nacionales, provinciales, municipales y sindicales. También me refiero al poder que ejerce alguien con mucho o poco dinero sobre aquel que tiene menos o que no tiene. O sea que hablo tanto del empresario, el gerente, el jefe de un departamento, como de la señora ama de casa que trata a la “chola” de mala manera, le escatima la comida y le paga un sueldo miserable.

Esto no es nuevo, siempre ha sido así. No tenemos el menor respeto por el otro. Y esto se manifiesta en las actividades que realizamos, desde el tráfico vehicular donde nadie cede un milímetro para dejar pasar al compatriota  ni en el trato déspota que se da al humilde paisano.

 

No se crea que los miserables presidentes y funcionarios que hemos tenido han llegado allí  por mérito propio, ni crean que lo que han robado, siendo mucho, ha sido enorme. No señor, todo lo que han robado y roban toda esa sarta de políticos y jueces  es poco comparado con los ingresos ilegales que obtienen los grandes capitalistas. Abran los ojos, carajo, y disculpen la grosería pero no me sale un improperio más decente como cáspita o recórcholis. Hay cosas que te hacen escupir sangre.  Decía abran los ojos. Un pequeño ejemplo son las inmensas ganancias que ha obtenido una empresa brasilera asociada a un conocido consorcio peruano  para conseguir gigantescas obras públicas. He dicho pequeño ejemplo, porque las coimas siempre han existido.  ¿No entienden lo que es siempre? Sí, siempre, toda la vida. Y las han recibido funcionarios tanto del gobierno central como los de la más diminuta municipalidad de provincias. Y no digamos el mal que han hecho y hacen tanto las compañías mineras como la minería informal, que empobrecen todo lo que va a su paso. ¿Qué no? Miren la Oroya o cualquier otro asentamiento minero legal o informal. ¿No son acaso esos pueblos los más feos, los más pobres y los más contaminados del mundo?

¿Y los bancos?  ¿cómo es posible que el mayor banquero del país confiese haber entregado 3 millones de dólares a una líder política y todavía ande libre y ufano por la calle? No, hombre. Eso es una vergüenza. No hay un maldito juez que investigue a ese personaje y lo meta en la cárcel por ocultar su patrimonio. ¿Si regaló 3 millones de dólares cuánto más debe tener oculto? ¿Cuánto dan por debajo de la manga los banqueros  a los partidos políticos para que no se metan con ellos, cuyos intereses por las tarjetas de crédito pasan el 100% al año? ¿Y el precio de las medicinas no es acaso una de las más caras del mundo? Y no me digan que no porque esto lo conozco desde dentro.

 

Toda esta práctica corrupta ha llegado a superarse a sí misma con la última cochinada que ha hecho el congreso. En efecto, ahora los corruptos con total desfachatez han elegido presidente del Perú a uno de su calaña, lo que ha provocado que se levanten manifestaciones que desgraciadamente acabarán por extinguirse y los mafiosos continuaran engañando a los peruanos en toda clase de actividad en la que se metan, desde el aumento de universidades infames que enriquecen a políticos conocidísimos, hasta otorgamientos de contratos de obras públicas infladas por coimas. Y como si no fuera poco están listos para otorgar amnistía a colegas suyos. Además se asegurarán impunidad nombrando jueces corruptos que no investigarán nada. ¡Bravo, no nos ganan!

¿Y el pueblo por qué no se levanta y echa a patadas a los recontra conocidos corruptos? Pues alguien dirá que el pueblo sí protesta, y nos mostrarán fotos y videos de indignadas personas que se atreven a manifestarse en contra del usurpador presidente de turno. Pues sí, hay que aplaudir y apoyar a los manifestantes, pero temo que dure poco tan encomiable  esfuerzo.  Ojalá que no pase como otras protestas, ojala. Ojala que por fin se diga BASTA YA. 

El asunto ahora es complicado. No podemos confiar en este Congreso que tiene 68  de sus 130 congresistas procesados por corrupción.

 

¡Ah, esto pasará,  dice el próximo candidato, vienen pronto otras elecciones.! ¡Ah, qué ingenuos¡ Nuevas elecciones hemos venido escuchando desde que tenemos uso de razón y no ha pasado nada.  ¿Entonces no hay salvación?  Sí la hay: mejoremos  drásticamente la educación. Pero nadie está dispuesto a invertir en ello. Es peligroso. Un pueblo educado es una amenaza al sistema.

 

Herbert Morote

13/11/2020

 

 

 

 



[1] Los 8  meses en los que estuvo Paniagua de presidente no cuentan porque él no fue votado para la presidencia sino electo por el Congreso por ausencia del presidente y vicepresidentes. El último, Vizcarra, fue elegido vicepresidente con derecho a sustituir al presidente como llegó a suceder.

sábado, 17 de octubre de 2020

EL CADAVER EXQUISITO DE "CARETAS"

 

EL CADÁVER EXQUISITO DE CARETAS

 

por César Hildebrandt

 

Hildebrandt en sus Trece (Lima), no. 511, Lima, viernes 16 de octubre de 2020

 

 

Se ha muerto Caretas de vejez y soledad. Es decir, de muerte natural.

 

Fue el lugar donde empecé a amar lo que había hecho hasta ese momento para ganarme la vida. Fue el lugar donde contraje el covid invencible del periodismo. Fue el lugar donde pude trabajar 12 horas diarias sin chistar y 36 horas seguidas sin dormir. Entré a los 23 y fui su jefe de redacción durante demasiados años.

Caretas ocupaba unas oficinas malévolas en Camaná 615, al 308. Se subía por un ascensor que olía mal y hacía sonar sus cables y se llegaba al local donde Enrique Zileri hacía posible que el periodismo fuera algo más aventurero y mejor escrito.

 

 

Pero Caretas era quincenario y ese era un problema serio. Nuestras notas se avejentaban antes de tiempo y las que se imponían en los días previos al cierre debíamos hacerlas a prisa y sin recursos. Era un desastre. Fue el que escribe estas líneas, como se decía en el siglo pasado, quien convenció a Zileri de que debíamos ser un semanario y fajarnos cada día para mantener la temperatura de los vivos. No más inactuales zombis, entonces. No más fotos demandando leyendas que se hacían pasar por reportajes minimalistas. No más pesadas columnas de señorones. Pero, eso sí: siempre alguna calata. Y para siempre el humor, el recurso a la ironía, el ingenio en salsa criolla que era lo que Zileri le había dado a Caretas. Y mucha chamba, zafarrancho de combate, plazos que se cumplían como partos, sinfonías de carajos, humo de tabaco y ninguna droga recreativa.

A Caretas uno entraba a envejecer, a buscarse un infarto, a hacer doscientas llamadas telefónicas para confirmar un dato o chequear el dicho de una fuente. Era el placer febril de unos putos que tenían la fe de los benedictinos y escribían con dos dedos, y a toda velocidad, sobre sus máquinas Olympia. Eran los tiempos maravillosos en los que no había celulares ni computadoras ni wikipedias ni la virtual baratura enciclopédica que ahora puede mostrar como informado (y hasta culto) a cualquier palurdo. Si no te habías quemado las pestañas en la juventud tragando libros como un huésped de manicomio, fregado estabas: se iba a notar en las reuniones de producción, en tu mirada bovina ante el comentario de una obra, en cómo diablos usarías los modos subjuntivos. No estaba Google en tu telefonito para sacarte de un apuro mientras finges ir al baño y vuelves con la respuesta ilustrada.

 

 

En Caretas éramos pocos, muy pocos, muy pobres, y hasta la abuela paría. La abuela era Doris Gibson, esa mujer subida de tono que había sido amante de Sérvulo Gutiérrez, compañera de Francisco Igartua --el orden nunca lo supe bien-- y madre de Enrique después de haber tenido un asunto de polendas con un diplomático argentino apellidado Zileri y estacionado en Lima. Doris había dominado el mundo de la publicidad, la moda, el recurseo del más alto nivel y había fundado Caretas junto a Francisco Igartua, el entrañable vasco misterioso y ajeno que jamás fue feliz. Doris puso el punche financiero y Paco Igartua puso el periodismo. Cuando Zileri regresó al Perú después de vivir en los Estados Unidos, país que atravesó en moto y con el billete medido y donde después trabajó en una agen­cia publicitaria, Igartua sintió que las cosas se ponían difíciles y se fue de Caretas. Allí fue que refundó Oiga, que era más vieja y que tenía mucho más de política y cultura. Cuando yo llegué a Caretas la mejor época de Doris había llegado a su fin y lo que había en ese entonces era una guerra de madre y señor mío.

 

Doris bajaba desde su octavo piso legendario, donde se hacían las fiestas de espérame en el suelo, corazón, si es que te vas primero, y entraba con su paso de duquesa y su vestir elegante y la belleza antigua que definía sus facciones.

 

Muchas veces entraba a inspeccionar sus dominios en son de paz y hasta con una sonrisa que repartía del modo más equitativo posible. En otras ocasiones, sobre todo cuando había bebido más de un whisky, caminaba haciendo tocar sus tacones lejanos y se en­cerraba con su hijo a librar las batallas que sólo Max Hernández habría podido moderar. Parecían odiarse, pero yo sé que se amaban. Era el amor contuso de un niño que fue enviado a Chile a estudiar en un liceo y el de una madre que, de algún modo, se sentía culpable por haber sido tan distante. El pretexto para pelear no escaseaba nunca, pero el que más los enfrentaba era el tono de las páginas sociales, que debía ser el coto cerrado de Doris. Enrique quería que allí se contaran las cosas que de eras sucedían en el mundo de los espectáculos, los eventos fiesteros o culturales y la farándula. Doris tenía decidido que en esas páginas, bautizadas como Ellos y Ellas, reinarían siempre sus amigas con sus respectivos anexos. Cuando las voces llegaban a ser horrísonas, se mandaban recíproca­mente a la mierda. Y cuando Gettysburg era moco de pavo y el bombardeo de Dresde poca cosa, entonces se mentaban la madre. Pero este hijo matricida y esta madre filicida se querían. Lo que pasa es que habían entendido, en algún recodo de alguna pesadilla vagamente edípica o incestuosa, que el amor podía ser cruel, intermitente, procaz. Ambos amaban el espectáculo de los toros y ambos estaban seguros de que el amor podía parecerse al ciervo que está en la mira de un ca­zador y escapa a último momento. El amor continuo debía parecerles un aburrimiento. La placidez, una tentación mediocre.

 

 

Pero allí estaba Caretas, cada día mejor. Dictábamos la agenda, no me digan, y éramos la envidia de la compadrería churrupaca. Llegamos a vender 50,000 ejemplares con la entrevista exclusiva a Velasco Alvarado y otros 50,000 con el fusila­miento del suboficial Julio Vargas Garayar, espía chileno enquistado en la FAP. Aprendimos que en pe­riodismo no vale que la historia la cuentes sin gracia, como si de una ayuda memoria se tratara. La mejor de las pepas podía ser asesinada por un sicario del idioma. Era la histo­ria, es cierto, pero también el modo como se contaba. Aprendimos lo básico, lo más olvidado hoy por la prensa en harapos: que el instrumento del periodista es el lenguaje. De modo que todos íbamos al teatro de Caretas a cumplir nuestra función de jazzeros, a ver quién podía impro­visar mejor, a quién le tocaba esa semana el aplauso mayor. Sí: era una deliciosa y feroz competencia de alumnos pretenciosos de Charlie Parker. Y todos éra­mos músicos del mejor idioma que pudiésemos solfear. Cuando teníamos una duda --y vaya que las teníamos a mares-- nuestra última opción era César Lévano, que hacía del chamán yaqui de Sonora que ilustró a Carlos Castañeda sobre el arte de la sabiduría. Lévano cogía la cuartilla, pensaba un instante, hacía una pregunta y daba su veredicto. Nadie jamás le discutió algunas de sus sentencias. Eso era Caretas: la inteligencia antes de que esta fuera artificial. Pero era más que eso: fue la escuela de la investigación, del dato contrastado, del cruce de fuentes, y dejó también el legado de que el pe­riodismo no es tal sino es visto con el ceño fruncido por el poder. Todo esto sin perder la perspectiva divertida de las cosas, la sonrisa escéptica frente a las solemnidades y los desmanes de la vanidad.

 

Caretas ya no está. Un poco de nosotros se ha desvanecido con esa desaparición. Parte de mi memoria se ha ido en ese remolino de papeles que la muerte ha soplado.