Hace un año la mayor parte de
los peruanos recibíamos con alegría, optimismo y confianza la instauración de
un gobierno que prometió un verdadero cambio en la larga política de
injusticias económicas y sociales vivida en el Perú a través de toda su
historia. Humala representó las esperanzas de esa mayoría de peruanos que ha sido explotada,
discriminada y “minorizada” por las clases dirigentes del país.
Poco duró el optimismo. En un
año ha desaparecido la ilusión y las esperanzas. Fundamentalmente, el gobierno
de Humala no es diferente al de Alan García, Toledo, Fujimori, Belaúnde y todos
sus antecesores, incluyendo al sobrevaluado Velasco Alvarado. Las clases
dirigentes, es decir los que controlan bancos,
empresas mineras y agrícolas, y dominan los medios de comunicación, no
se han dado cuenta de que el aislamiento provinciano ha finalizado. Ahora el
pueblo está decidido a hacerse oír mediante protestas multitudinarias que
rompen aquella tradicional apatía y resignación que hacía dormir tranquilo al
poder.
Es un hecho que las mayorías provincianas,
sean costeñas, serranas o selváticas, están hartas de votar por alguien que no
cumple sus promesas electorales. Hartos como yo de ver que se pretende acallar con
balas y represión los reclamos por una vida más digna, por unos servicios de
sanidad decentes, por una educación que permita al pueblo progresar y
desarrollarse.
El pueblo está harto de ver
cómo se contaminan sus ríos, sus cerros, sus campos, en aras de un crecimiento
económico que nunca los ha beneficiado, sino más bien empujado a una miseria
sin nombre. Ningún peruano quiere recibir caridad del gobierno, lo único que
exigen es tener las mismas oportunidades para competir y acceder a una
superación profesional.
Estoy cansado de refutar a
aquellos que pretenden engañarnos diciendo que el Perú tiene unas cifras de crecimiento
económico dentro de las más altas del mundo. No les conviene que entendamos que
una cosa es el PIB de un país y otra cosa el crecimiento de la calidad de vida
de su población. El Perú se está convirtiendo en un país muy rico con
habitantes muy pobres y lo peor, discriminados. Nuestros estudiantes de colegio
siguen entre los 6 más ignorantes del mundo, ¿eso es progreso? Los precios de
las medicinas siguen entre las más caras del mundo, 5 a 15 veces más caras que
en España, ¿es eso inclusión social? Los intereses que cobran los bancos, 35%,
y las tarjetas de crédito, 140%, son usureros (más aún cuando los peruanos son
buenos pagadores con una tasa de morosidad que no llega al 4%) ¿con estos altos
costos financieros podemos desarrollar la pequeña y mediana empresa? El poder
dominante de comunicación constantemente está desinformando u ocupando la mente
de la gente con programas basura, ¿es eso justo?
Permítanme mencionar un caso
concreto de abandono social. En Ayacucho, región a la que deberíamos prestar
atención aunque sea por egoísmo, el 80% de sus niños padecen anemia, según
cifras oficiales proporcionadas por la Dirección Regional de Salud. En cuanto al
agua potable más del 91% de sus pueblos carecen
de ella, según la Dirección de Salud Ambiental. Por favor no hablemos de
“inclusión social” ni creamos que vamos por el buen camino con la inauguración
de unos colegios en Lima, y unas cuantas postas médicas. Y hablando de esto,
Ayacucho no tiene siquiera un hospital regional.
Ante este patético panorama
¿tenemos acaso razón para conmemorar la independencia del Perú el 28 de julio
de 1821? Yo creo que sí porque el pueblo comienza a darse cuenta colectivamente de que el engaño tiene un
límite, que es necesario un nuevo grito de independencia. Necesitamos independizarnos
de complejos, de taras, de resignaciones, de abusos. No sé si este cambio lo
veré yo, pero en lo que sí creo es que un auténtico grito de Libertad ha
comenzado a gestarse en la garganta del pueblo.
¡FELIZ 28!
Herbert Morote