martes, 8 de septiembre de 2015

"LOS RENDIDOS. LIBRO IMPRESCINDIBLE E INQUIETANTE


LOS RENDIDOS. (Sobre el don de perdonar)
José Carlos Agüero.
IEP. Edición 1,000 ejemplares. 160 pp.  S/. 25. USD 9.


 Nota: si tiene poco tiempo para leer este artículo, no deje de leer el final.
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 El libro de Agüero a la vez de imprescindible es inquietante. Es imprescindible porque contribuye a llenar ese espacio post-conflicto armado en el Perú (1980-2000) que por múltiples razones no ha sido tomado en cuenta por la sociedad y no por ello ha desaparecido: ¿qué suerte corrieron los asesinos de un lado y del otro?, ¿qué impacto sufrieron los parientes, amigos o simplemente conocidos de estos criminales que acabaron con la vida de 70,000 personas, que torturaron a decenas de miles de compatriotas, violaron a miles de mujeres de toda edad y forzaron a huir de sus pueblos a cientos de miles de peruanos?
Sobre la suerte de las víctimas los gobiernos de turno ha emitido ordenanzas para compensar sus pérdidas y sufrimientos que en realidad son una vergüenza nacional por su insignificancia y retraso. Muchas ONG y hasta la misma Defensoría del Pueblo[1] constantemente denuncian las deficiencias y desinterés de los gobiernos para cumplir con su obligación. Pero de lo que ni siquiera se ha hablado hasta ahora es de la suerte que corrieron y corren los actores directos de conflicto y del impacto que sus vidas tuvieron y tienen en sus allegados.  
 José Carlos Agüero sí lo hace y tiene razón para ello: sus padres pertenecieron a Sendero Luminoso. Pocas dudas tiene sobre la participación de ellos en actos terroristas. “¿A cuánta gente mató mis padres? Saberlo es innecesario.
 Menos dudas aún tiene Agüero, más bien posee información fehaciente de cómo fueron asesinados sus progenitores por fuerzas del Estado. El padre durante la revuelta de presos en la Isla de El Frontón.  Y la madre ejecutada clandestinamente una madrugada en una solitaria playa de Lima.
El pequeño libro de Agüero (realmente son 122 páginas sin contar el Colofón escrito por Rubén Merino) es de naturaleza “algo indefinida” según el propio autor, quien añade: “por su forma agrupa relatos cortos, a media carrera entre reflexiones y apuntes biográficos de una época de violencia. Llamémoslos textos de no-ficción (…)”. Esta singular forma de expresarse es efectiva, le permite decir u opinar lo justo sin entrar en detalles o profundidades que puedan ser contrastados o rebatidos. Sin embargo, el estilo minimalista y entrecortado permite que el lector comparta sus sentimientos encontrados, su aparente o real confusión  y, sobretodo, permite intuir lo que calla.
Vivía de la forma más miserable en la barriada del cerro El Agustino de Lima, aún así los padres acogían a compañeros senderistas arriesgando sus propias vidas y, aunque Agüero no lo dice pero el lector lo entiende, poniendo en juego también la vida y el futuro de sus hijos. Sus vecinos “saben perfectamente qué hacían mis padres y qué pasaba en mi casa”.

¿Qué significa tener a un pariente preso por terrorismo? Agüero lo describe así: “angustia, miedo, abogados, búsqueda de ayuda, de influencias, tortura, saber, saber que están torturando a tu familiar, sangre, incertidumbre”. Joven aún recibe la noticia de la muerte de sus padres y se enfrenta a la vergüenza de ser hijo de terroristas. “Se aprende a vivir con la vergüenza. Tener una familia que por una parte  de la sociedad está manchada de crímenes que es una familia terrorista, es una realidad concreta, como una silla, una mesa o un poema”. 
Una clave de las intenciones del libro de Agüero se manifiesta cuando a la muerte de su madre se pregunta: “¿Sentir alivio por la muere de mi madre y luego culpa por sentir este alivio es un asunto personal, mío, íntimo, psicológico? ¿Es un tema que no tiene relación alguna  con las cosas públicas?  La respuesta que da el autor es también ambigua, difusa, confusa, y parece que no puede ni debe ser de otra manera. Luego de inconexos soliloquios termina diciendo que solo el amor: “debe ser parte de lo público”, y con eso se siente satisfecho. El lector no puede estarlo porque siente que el autor ha escabullido su propia pregunta. Pero tampoco podemos juzgarlo, para eso sería necesario haber pasado por la experiencia que pasó Agtico que deseaba cambiar el sistema. do burgueso tampoco podemos juzgarlo, para eso habrüero.
  
La ambigüedad de sentimientos que extrapola el autor en todo su discurso hace que su libro sea inquietante. ¿Qué es lo que quiere decir Agüero?, ¿qué compartamos su confusión? Realmente no sabemos si sube o baja la escalera. ¿Será esa la situación en la que se encuentran “Los rendidos” del conflicto armado? Por ejemplo, se pregunta: ¿Hay solo hay maldad en cada acto terrorista? Levantar el listón de un asesinato al decir si es “solo maldad” sugiere que podría ser otra cosa: ¿caridad?, ¿justicia? Estos cuestionamientos abren un abanico de posibilidades donde todo se puede justificar. Pero cuando bajamos al terreno de los hechos y vemos que los asesinados fueron en su mayor parte indígenas pobres quechua-hablantes dejamos la retórica y acudimos a la solidaridad con las víctimas y al rechazo de sus asesinos sean estos terroristas o policías. En un estado de aparente confusión Agüero se pregunta si debe pedir perdón o debe exigir que lo perdonen. Quizá ni lo uno ni lo otro. Él no es culpable de los crímenes de sus padres. Si la sociedad lo ha discriminado por eso, mal hecho está pero parece que no es el caso de Agüero ya que ha podido acabar sus estudios, enseñar en la universidad y, según pude constatar personalmente, ser reconocido en círculos intelectuales del país. Esta carrera ya la quisieran tener  jóvenes peruanos cuyas familias han vivido al margen de la violencia terrorista, pero dentro de la violencia económica que se impone a los pobres y humildes del país.

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¿Realmente se han rendido los derrotados? Parece que no del todo. Con mayor o menor intensidad hay algo que se resiste a desaparecer. Algunas organizaciones como Movadef pretenden reivindicar a Sendero Luminoso haciendo énfasis en su postura política. Era una guerra, dicen, entre el estado burgués y un partido político que deseaba cambiar el sistema. Por lo tanto piden la amnistía de esos presos políticos. Agüero no llega a tanto, es más, combate las reivindicaciones de Movadef. Sin embargo, deja pinceladas que el lector entiende inevitables en un buen hijo. El hecho de que sus padres fuesen asesinos no quiere decir que no hayan sido querendones con su prole. Parece que a pesar de las privaciones que tenían había un sólido amor por los hijos y preocupación por sus estudios.  El hijo da testimonio por medio de preguntas retóricas y huérfanas de respuestas concretas dentro de todo un aparente berenjenal en que se encuentra su mente. Con este artificio y dudosa modestia  ensalza la entrega y sacrificio de sus padres por la causa. No pertenecieron a Sendero Luminoso a secas, sino al Partido Comunista Sendero Luminoso, PC-SL. Claro, eso es otra cosa. Un partido político que se levanta contra un gobierno corrupto parecería justificar una revolución, salvo que en este caso, los asesinados fueron los más pobres y más discriminados por el poder y no los poderosos ni los mandos militares.
A pesar de sus antecedentes mal no debió irle a Agüero, ya que pocos años después participó en la Comisión de Verdad y Reconciliación viajando a Ayacucho para entrevistar víctimas e investigar lo ocurrido en el departamento que sufrió las mayores pérdidas humanas.

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Lo que realmente extraña, pero a la vez describe  quién es realmente Agüero, es cuando por única vez deja su discurso dubitativo y retórico para elogiar con rotundidad y sin el menor rubor la llamada Comisión Vargas Llosa que investigó la muerte de ocho periodistas ocurrido en Uchuraccay. Agüero dice que el ahora Nobel “lo hizo con real compromiso, estoico, con una responsabilidad cívica admirable” . No es ignorancia la que hace escribir esto a Agüero, él sabe bien que la Comisión de la Verdad y Reconciliación tildó la “Comisión de Vargas Llosa como inútil, ilegal y encubridora”[2].  Por eso uno se queda atónito al leer también sus otros elogios. Dice que en Vargas Llosa “es admirable su sentido republicano, de colaborar con el esclarecimiento y la administración de justicia”. ¡Por Dios!, qué barbaridades tiene que leer uno, si todo el mundo sabe que esa comisión ¡no investigó a los militares!, y que luego de su visita de menos de tres horas a Uchuraccay dejaron abandonados a los lugareños a tal punto que el 30% de su población fue asesinada después por senderistas y miembros de las fuerzas del Estado.

Bueno, Agüero se descubre, eso es todo. Al final del párrafo dice que el trabajo de  Vargas Llosa no ha sido reconocido “Porque es un campo dominado por la izquierda”.  Al que duda de todo no le importa decir tamaña falsedad que atañe, por ejemplo, a Carlos Iván Degregori, redactor del informe de la CVR, ni a su presidente Salomón Lerner, ni a tantas ONG que han defendido y defienden unos Derechos Humanos que no son de izquierdas ni de derechas, son simplemente derechos de todos.

José Carlos Agüero es listo: ha sabido apostar por las corrientes neoliberales que dominan todos los espacios del Perú en los que sin duda encontrará  pronto un hueco para él.  Agüero tiene futuro.  

Herbert Morote
Septiembre 2015




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