(1952, EL CMLP INAUGURA EL ESTADIO NACIONAL)
Ingresamos en el CMLP cuando su organización había adquirido una total madurez
a 7 años de su inauguración. Todo funcionaba: por un lado ya se habían
integrado al sistema luminosos profesores, muchos de ellos catedráticos
universitarios, que fueron escrupulosamente escogidos tanto por su talento como
por su capacidad docente. Cada clase impartida era un lujo oírla. Por otro lado,
los militares asumieron una misión difícil que no estaba en sus currículos
castrenses, tuvieron que aprender a educar
a muchachos en la edad más difícil, aquella en la que todo se considera
posible.
La pregunta que nos debemos hacer ahora que nuestra octogenaria edad nos
da una perspectiva más correcta de la vida es: ¿de qué sirvió nuestro paso por
el CMLP? A diferencia de resúmenes
tendenciosos de elitismo petulante que usualmente se hacen al hablar de las promociones,
no creo que el valor de la nuestra se deba medir porque hayamos tenido un
compañero que al segundo año abandonó el colegio porque no le gustó y terminó
obteniendo merecidamente el Nobel de
Literatura, tampoco se debe medir porque hayamos tenido en nuestras filas
destacados profesionales en todas las carreras liberales, ni porque que muchos
de los nuestros hayan llegado a los más altos mandos militares. No, esos
compañeros nos llenan de orgullo pero no fue lo más importante que forjó el
CMLP en los 352 cadetes que tuvo la VII promoción.
La cosa más trascendente que aprendimos al vivir juntos tres años en el
CMLP fue que el Perú es diverso, que está formado por diferentes razas,
colores, acentos, tallas, religiones, y que de nada servía si venías de una
familia acomodada o pobre, todos éramos iguales y compartíamos los mismos
retos, deseos, sentimientos y temores. Esta
singular experiencia nos hizo tener una visión privilegiada de lo que realmente
es el Perú.
Pero, además, el CMLP fue importante porque nos hizo ser buenos
ciudadanos, personas honestas, trabajadores responsables, disciplinados y dejar
al lado las taras que impiden el desarrollo de nuestro país, como es la
corrupción, la deshonestidad y la discriminación. Si en algo hemos destacado los
miembros de nuestra promoción ha sido por llegar a ser buenos peruanos y esto
es más importante que decir que algunos ocuparon altos cargos o que se hicieron
ricos o famosos. Sí, porque es posible ser un buen peruano sin importar la
suerte que la vida te ha deparado. A nuestra edad podemos constatar que tanto
el éxito como el fracaso son pasajeros, el verdadero orgullo es llegar a ser
una buena persona, un padre responsable, un ciudadano honesto y solidario que
ama a su país. Estas cualidades son el mayor triunfo que ha obtenido nuestra
VII promoción, autodenominada con la pretensión propia de la juventud “La
Gloriosa”.
Y así, los pocos octogenarios sobrevivientes de nuestra promoción se
reúnen periódicamente en el Café Haití de Miraflores para intercambiar
recuerdos y cariño. Algún día espero unirme a ellos para cantar “Alto el pensamiento como una bandera,
encendida el alma como azul hoguera, recio el corazón”, porque lo bien
aprendido no se olvida.
Gracias querido CMLP por haber hecho que seamos mejores peruanos.
Herbert Morote Rebolledo, por encargo de “La Gloriosa VII promoción”.
(MANIOBRAS MILITARES EN ANCÓN, DIC 1952)
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